En memoria

Elowson,
Andrés Roberto

Andrés no era un hombre urbano. Para él venir a la ciudad era un trámite, un mal necesario al que tenía que someterse cada tanto, muy a su pesar. Andrés vivía en contacto con la naturaleza, cuidando los campos familiares, en San Antonio de Litín, Prov. de Buenos Aires y en el sur de Córdoba. Que el destino lo encontrara el martes 17 de marzo de 1992 en las cercanías de Arroyo y Suipacha, fue una casualidad funesta. Andrés ni siquiera vivía en Buenos Aires. Lo que no fue una casualidad es que momentos antes compartiera un almuerzo con su suegra y que al rato se detuviera a conversar con su hijastro en la esquina. Andrés era un hombre familiero y sociable, y el bienestar de la familia que había armado con su mujer Susana, era una de sus prioridades.

Andrés, o Tito, como lo llamaban sus seres queridos, llevaba adelante el afanoso trabajo del tambo como si fuera una tarea liviana. Para él, estar en contacto con los animales y atender a las vacas lecheras, -sus favoritas-, era parte de una rutina que lo hacía feliz, que lo llenaba y que le daba tantos dolores de cabeza como satisfacciones.
Afable, de buen carácter, justo y noble, Andrés se instaló en el campo a partir del fallecimiento de su padre, lo que lo obligó a dejar la carrera de ingeniería, pero lo llevó a descubrir su lugar en el mundo y su vocación. En ese campo compartió infinidad de anécdotas con colegas, amigos, primos y sobre todo con su hermano Enrique y sus sobrinos, a quienes Andrés quería como hijos propios y malcriaba a gusto, especialmente cuando se los llevaba de vacaciones a en enero a la costa, al departamento familiar en Miramar, un recreo que se tomaba de sus responsabilidades rurales, cada tanto.

Andrés era un gran deportista. Le gustaba practicar rugby, jugar al tenis, navegar, estar en contacto con la naturaleza. También andar en moto, pese al descontento de su papá.
Con su hermano Enrique compartían momentos de mucha amistad, como cuando salían campo traviesa a conversar, con la excusa de cazar alguna que otra perdiz, aunque ambos sabían que lo que realmente buscaban era un momento de confianza y conexión entre hermanos.

Era un tipo recto, trabajador, buena persona, al que no le gustaba la mentira ni la falta de ética. Su consigna natural era dar lo mejor de sí para el bienestar de su gente y de su entorno. Dejó una huella profunda en quienes lo conocieron y sembró un recuerdo perenne de amor, fraternidad y compromiso.

Entrevista realizada a Enrique Elowson (hermano de Andrés Roberto Elowson), el 18//08/2022.