Miguel Ángel era un hombre jovial, lleno de vida y
alegría, un niño eterno, como lo recuerda su mujer,
Nelly. Se crio en el campo, en Paysandú, Uruguay, de
donde ambos eran oriundos, hasta que a los 26 años se
mudó a Buenos Aires, buscando un mejor porvenir.
De chico, Miguel Ángel, era travieso y atolondrado.
Llegaba tarde a la escuela, corría a todos lados,
siempre especulando con el tiempo justo. Su mamá tenía
un tambo y lo mandaba a vender la leche recién ordeñada.
Pero Miguel, en lugar de regresar con el dinero
recaudado, invitaba a sus amigos, o proponía desafíos de
carreras con el carrito que llevaban los tarros de leche,
desperdiciando el valioso contenido.
Tenía amigos tanto en Uruguay como en Argentina, gente
que aún lo recuerda con una sonrisa cargada de
nostalgia. Migue Ángel nunca olvidó sus raíces y
regresaba cada vez que podía al pueblo que lo vio nacer,
para estar con sus padres, con su gente o disfrutar del
contacto con la naturaleza, cosa que amaba hacer.
Otra de sus muchas virtudes es que era muy sociable. Su
casa recibía constantemente visitas de amigos, a los que
agasajaba con los asados más ricos o con sabrosos platos
que preparaba con innato talento. Miguel Ángel siempre
estaba rodeado de gente, era muy querido en el barrio.
Solía conversar con los encargados de los edificios, los
vecinos y el cura de la parroquia cercana, a quien
siempre ayudaba con algún arreglo, de puro buenazo.
También era entrenador del equipo de handball donde
jugaban sus hijas, y después de cada partido, no tenía
ningún reparo en llevar a las jugadoras a sus casas,
regresando tarde, pero feliz, a su hogar.
Era una persona genuina, sensible, trabajadora y
solidaria. Miguel Ángel se ganaba la vida colocando
equipos de aire acondicionado, una labor con mucho
compromiso físico, pero ni el cansancio ni la hora, le
impedían ponerse a jugar con sus cuatro hijos cuando
llegaba después de una jornada agotadora o cocinarles
papas fritas a cualquier hora, con tal de verlos felices.
La funesta tarde del 17 de marzo, Miguel Ángel estaba
con su socio descargando el equipamiento para hacer una
instalación en un edificio en Arroyo y Suipacha. La
explosión lo encontró en plena calle. Su socio se salvó,
porque estaba aún dentro de la camioneta.
Cuando murió Miguel Ángel, Nelly se quedó sola con sus
cuatro hijos: Maximiliano, que tenía 16 años, Yanina y
Gisela 13 y Juan Mauro, 3. La familia salió adelante,
más unida que nunca, apechugando la tristeza y
afrontando los sinsabores, sabiendo que el tiempo que
Miguel Ángel pasó entre ellos, fue un regalo inolvidable.
Entrevista realizada a Nelly Duran Gianotti (viuda de
Miguel Ángel Lancieri Lonazzi), el 02/09/2022.