Hay quienes creen que las personas
tienen escrito su destino, incluso antes de nacer.
Raquel Sherman vivía con su mamá, su papá y sus dos
hermanos mayores, en Kishinev, Besarabia, disfrutando
las comodidades de un buen pasar. Su papá, viajante de
comercio, trabajaba recorriendo distintas ciudades y las
noticias de los pogroms europeos empezaron a
inquietarlo. Preocupado por el resguardo de su familia,
el padre de Raquel decide emigrar junto a los suyos a un
país lejano, donde vivían -con dificultades económicas,
pero lejos de la amenaza antisemita- unos parientes de
su esposa. Raquel llega a la Argentina en 1926, con
apenas cinco años, dejando atrás las comodidades de una
buena vida, los paisajes familiares, la lengua materna,
los amigos y parientes, escapando del odio intolerante
hacia los judíos. Si fue una paradoja del destino que
Raquel falleciera como consecuencia del mismo odio
irracional, es un misterio insoslayable.
Su vida acá no fue sencilla. A los tres meses de
emigrar, su padre fallece. Tiempo después, su madre
enferma y Raquel se instala con sus tías, esperando la
vuelta de su mamá. Algunos años más tarde, su hermano
mayor, a quien ella amaba profundamente, muere con tan
sólo veintiocho años de edad. Raquel conoce a su futuro
marido siendo muy joven, se casa, tiene dos hijos, pero
el destino de nuevo le depara otra tragedia, y queda
viuda a los 36 años.
Raquel supo salir adelante, eventualmente y en la
madurez. El atentado la encuentra, curiosamente,
viviendo una época de plenitud: trabaja como empleada
administrativa de la Embajada de Israel, un trabajo que
le da satisfacción y solvencia económica.
Tiene un fiel grupo de amigas, con las que sale a
escuchar música clásica, al teatro y al cine, una de sus
grandes pasiones. Incluso proyectan viajar juntas a
Europa, sueño que queda trunco tras el fatídico 17 de
marzo de 1992.
Raquel está tranquila: su hija y su hijo están bien,
prosperan, arman sus propias familias y le dan el título
que más la llena de orgullo y alegría: abuela. Raquel es
una abuela especial, activa, presente; de esas que no
sólo cuidan a sus nietos estando, sino que sostienen a
través del juego, la canción, la mirada y el corazón.
Discreta, pulcra, detallista, atenta, pero sobre todo
cálida y muy querida, Raquel fue una persona resiliente
que pudo anteponerse a los golpes y encontrar disfrute
en la compañía de sus seres amados, en el orgullo de las
tareas bien hechas, en el placer de ver crecer a sus
nietos y de transmitirles la esencia de las cosas en las
que ella creía.
Entrevista realizada a Mónica Intraub (hija de Raquel
Sherman de Intraub), el 18/08/2022