En memoria

Susevich de Levinson,
Liliana Graciela

Graciela nació en la Ciudad de Buenos Aires, en 1950. Su familia estaba conformada por su madre, su padre, su hermana mayor, Diana y su hermano menor, Marcelo. Tuvo una infancia alegre, llena de cariño y calor de hogar.

Graciela se casó, formó una familia propia y tuvo tres hijos, Matías, Carolina y Ariana. Graciela fue siempre una madre presente y dedicada. Cuando notó algunas características en el desarrollo de su hija menor que se salían de la norma, no paró de visitar consultorios, genetistas e investigar en temas de salud hasta dar con el diagnóstico adecuado. Y una vez que dio en el clavo, hizo de esta lucha su bandera, brindándose generosa, como era ella, dispuesta a ayudar otras familias, a contener y armar comunidad, incluso en las adversidades. Sonriente, sociable, conversadora, tendía redes y buscaba sacar de cada quien lo mejor, para salir adelante y alivianar también su carga, que no era poca.

Graciela terminó el colegio, hizo algunos cursos y empezó a trabajar en un negocio de ropa de chicos, junto a su padre, luego en la AMIA y finalmente en la Embajada de Israel, donde trabajó de empleada administrativa. Su papá, Carlos Susevich, se convirtió, muy a su pesar, en una de las caras más visibles del incesante reclamo de justicia, que los familiares de las víctimas y sobrevivientes sostuvieron y sostienen aún hoy en día.

Graciela era una persona que se ponía todo al hombro: la casa, los hijos, la familia, los amigos, los eventos. Era emprendedora y entusiasta, se arreglaba con poco y tenía el don de mejorar cualquier situación con actitud positiva, una de sus muchas cualidades.

Graciela tiraba siempre para adelante.
Podía improvisar una reunión social, usando solo lo que había en la heladera, con tal de juntar a la familia y compartir un lindo momento. O armar una flor con una lechuga y sacarle una sonrisa a una hija renuente a comerla.
Podía crear disfraces para todos los chicos de la familia, con una creatividad asombrosa. O sacar la guitarra en cualquier lado y animar fiestas, fogones o karaokes, haciendo cantar hasta a las piedras, con su disposición alegre y llena de vida.
Podía crear souvenirs con pocos recursos, cocinar tortas, albóndigas con tuco y los mandalaj más ricos… Podía hacer tantas cosas…

Sociable, querida, compinche, buena amiga, sabía escuchar y aconsejar, buscando nada más que el bienestar de los demás. Graciela soñaba con armar un hogar donde Ariana viviera tranquila en un futuro. Nunca llegó a verlo, ni conoció a sus nietos, ni supo del enorme esfuerzo de su marido por salir adelante con la familia, tras su partida; ni de la abnegada pelea que su padre Carlos dio, contra la desidia del silencio y el olvido, que se parecen tanto.
Graciela sigue presente en los detalles, en los gestos, en la manera de ser de una nueva generación, que aun sin haberla conocido, quedó marcada por su paso por este mundo, a veces feliz y a veces cruel.

Entrevista realizada a Carolina Levinson (hija de Graciela Liliana Susevich de Levinson), el 05/01/2023